Maradona, cinco años después: el mito que no deja de jugar

Por Juan Pablo Ojeda

 

Cinco años han pasado desde que Diego Armando Maradona dejó este mundo y, aun así, su presencia sigue tan viva como si estuviera a punto de entrar a la cancha con la 10 en la espalda. La muerte del astro argentino no frenó su influencia; al contrario, la amplificó. Cada aniversario confirma que Maradona no fue solo un futbolista extraordinario, sino un fenómeno cultural, social y emocional que atraviesa generaciones y fronteras.

En Argentina, el recuerdo se siente en las calles. Las camisetas con su nombre se venden como si siguiera jugando el domingo, los murales se multiplican y en cada barrio alguien tiene una historia que contar: una foto, un autógrafo, una vez que lo vieron pasar o simplemente el día en que su gol contra Inglaterra les hizo llorar. Pero el impacto no se limita a su país. En Italia, especialmente en Nápoles, Maradona no es un exjugador; es un santo pagano, un símbolo de dignidad para una ciudad que encontró en él un líder que desafió al norte rico y poderoso. En México, mientras tanto, su actuación en el Mundial del 86 sigue siendo una especie de mito fundacional del futbol moderno.

El paso del tiempo ha ayudado a poner en perspectiva su figura. Maradona fue, al mismo tiempo, un genio deportivo y un hombre marcado por excesos, contradicciones y vulnerabilidades que siempre estuvieron a la vista. Sin embargo, es justamente esa mezcla la que lo volvió tan humano. A diferencia de los astros actuales, moldeados bajo un régimen casi perfecto de disciplina, imagen y control, Diego vivió sin filtro y jugó con una intensidad que parecía imposible de sostener. De ahí que su legado no pueda medirse solo en estadísticas.

El “Gol del Siglo”, esa carrera de 55 metros contra cinco ingleses, no es únicamente una jugada espectacular: es un relato político, cultural y emocional que marcó a todo un país. La “Mano de Dios”, tan polémica como icónica, refleja su espíritu pícaro y su forma de desafiar el orden establecido. Sus años en Napoli, en los que llevó a un equipo humilde a dominar Italia, explican por qué su figura es más que futbol: es identidad, resistencia, rebeldía y esperanza.

Cinco años después, los homenajes se multiplican en documentales, libros, series y ceremonias. Pero quizá el mejor homenaje sea que Maradona siga siendo tema de conversación diaria. No hay niño que no haya escuchado su nombre, ni aficionado que no haya comparado un regate actual con los que él hacía como si la pelota estuviera atada a su botín izquierdo. Incluso en la era de la tecnología, los análisis de big data y las tácticas milimétricas, Diego aparece como recordatorio de que el futbol también es arte, emoción y desobediencia.

Su partida dejó un vacío enorme, pero también una certeza: Maradona ya no vive solo en los recuerdos, sino en el imaginario del futbol para siempre. Su historia sigue inspirando a los que sueñan con ser futbolistas, a los que defienden la pasión por encima de los números y a los que creen que, por un instante, la pelota puede hacer justicia. Porque Diego —con sus luces, sombras, genialidades y errores— logró lo que muy pocos: trascender al tiempo.

Cinco años después, el mundo sigue hablando de él, cantándole, imitándolo y discutiéndolo. Y mientras haya una cancha, un potrero o un balón rodando, Maradona seguirá jugando.

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