Un ambicioso estudio genético a gran escala ha arrojado nueva luz sobre las causas de la tartamudez, un trastorno del habla que afecta a cerca de 400 millones de personas en todo el mundo. El análisis, que incluyó datos de más de un millón de individuos, ha identificado 57 regiones genómicas vinculadas con la tartamudez y apunta a que esta condición podría compartir bases biológicas con otros trastornos como el autismo y la depresión. Los resultados fueron publicados hoy en la prestigiosa revista Nature Genetics.
La investigación fue dirigida por un equipo de la Universidad de Vanderbilt, en Estados Unidos, y representa uno de los estudios más completos jamás realizados sobre este trastorno de la fluidez del habla. Jennifer Below, profesora de Medicina y directora del Instituto de Genética de esa universidad, destacó que estos hallazgos podrían ayudar a reemplazar muchas ideas erróneas sobre la tartamudez, que suelen contribuir a su estigmatización social.
“La tartamudez ha sido durante mucho tiempo un misterio clínico y científico”, afirmó Below. “No es una patología que lleve a hospitalizaciones, por eso ha sido poco estudiada, pero sus efectos sobre la calidad de vida de las personas pueden ser profundos y duraderos”.
Caracterizada por repeticiones involuntarias de sonidos, prolongaciones de sílabas y pausas que interrumpen la fluidez del discurso, la tartamudez puede condicionar desde la infancia el desarrollo social y académico. Estudios previos han documentado que los niños y jóvenes que tartamudean suelen enfrentar mayores niveles de acoso escolar, menor participación en clase y experiencias educativas más negativas. En la adultez, esto puede traducirse en barreras laborales, menor bienestar emocional y aislamiento social.
Uno de los aspectos más reveladores del estudio fue la sugerencia de una posible estructura cerebral compartida para las funciones del habla, el lenguaje y la musicalidad. Según Below, tradicionalmente se consideraban procesos distintos, pero los datos genéticos apuntan a una vía común en el cerebro que los integraría.
El coautor Dillon Pruett, quien también vive con tartamudez, enfatizó la importancia personal y científica del descubrimiento. “Durante mucho tiempo hemos tenido más preguntas que respuestas”, dijo. “Este estudio demuestra que hay muchos genes involucrados y podría ayudarnos no solo a reducir el estigma, sino a diseñar nuevas estrategias terapéuticas”.
La tartamudez del desarrollo suele aparecer entre los 2 y 5 años de edad. Aproximadamente el 80 % de los casos se resuelven de forma espontánea, con o sin tratamiento de logopedia. Aunque en la niñez afecta por igual a niñas y niños, persiste más frecuentemente en los varones en la adolescencia y adultez.
Este nuevo mapa genético abre las puertas para diagnósticos más tempranos y tratamientos más precisos, y sugiere que la tartamudez no debe seguir siendo vista solo como una dificultad aislada del habla, sino como un fenómeno neurobiológico complejo. Con más investigación, los científicos esperan poder traducir estos hallazgos en intervenciones clínicas efectivas que mejoren la vida de millones de personas en el mundo.