Aunque los aviones modernos están diseñados para resistir fuertes sacudidas en pleno vuelo, los expertos coinciden en que las turbulencias representan un riesgo cada vez mayor para los ocupantes. Entre 2009 y 2024, se reportaron 207 lesiones en vuelos comerciales de Estados Unidos relacionadas con este fenómeno. Algunos incidentes recientes han sido especialmente graves, como el del vuelo de Singapore Airlines en 2023, en el que un pasajero murió y decenas resultaron heridos.
Los especialistas distinguen tres tipos principales de turbulencia: la convectiva, vinculada a tormentas; la de onda de montaña, que se genera cuando el aire asciende y desciende al cruzar cadenas montañosas; y la turbulencia en aire claro (CAT, por sus siglas en inglés). Esta última, invisible y difícil de predecir, es la más peligrosa, ya que ocurre a altitudes de crucero, entre 10 y 12 kilómetros, donde los aviones suelen volar.
El calentamiento global está agravando el problema. A medida que los trópicos se calientan más rápido que las regiones polares en altitudes de crucero, se intensifica la corriente en chorro y con ella los cambios bruscos de viento. Según un estudio publicado en Journal of Geophysical Research: Atmospheres, la frecuencia de turbulencias ha aumentado entre 60 y 155 % en zonas clave como el Atlántico Norte, América del Norte, Asia Oriental, Oriente Medio y África del Norte.
La tendencia no solo apunta a un incremento en la cantidad de turbulencias, sino también a su estacionalidad. Investigaciones recientes indican que por cada grado Celsius adicional de calentamiento en la superficie, las turbulencias moderadas aumentan alrededor de un 9 % en invierno y un 14 % en verano, lo que amplía los periodos del año en que los vuelos se ven afectados.
El impacto va más allá de la seguridad. Las turbulencias obligan a desviar rutas, modificar altitudes y consumir más combustible, lo que repercute en la eficiencia de las aerolíneas. Para enfrentarlas, las compañías han reforzado medidas como la obligatoriedad del cinturón de seguridad durante más tiempo, la mejora de los pronósticos meteorológicos y la exploración de tecnologías innovadoras como el lídar, capaz de detectar variaciones en la densidad del aire y la velocidad del viento.
No obstante, los expertos advierten que ninguna solución tecnológica será suficiente si no se actúa sobre la raíz del problema. La aviación es responsable de cerca del 3,5 % del calentamiento global y, aunque se trabaja en el desarrollo de combustibles sostenibles, la Asociación Internacional de Transporte Aéreo considera los avances “decepcionantemente lentos”. Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es, insisten, la medida más urgente para mitigar los riesgos de un cielo cada vez más turbulento.