Por Bruno Cortés
En la Cámara de Diputados se encendió la alarma: las legisladoras Laura Ballesteros Mancilla e Iraís Reyes de la Torre, de Movimiento Ciudadano, denunciaron que el Proyecto de Presupuesto 2026 trae un nuevo tijeretazo a los recursos destinados al medio ambiente. Y no es cualquier recorte: se trata de 300 millones de pesos menos para la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), encima del recorte histórico de casi 40% que sufrió en 2025.
Ballesteros lo dijo sin rodeos: “Pensamos que con una presidenta con perfil científico y ambientalista se iba a corregir, pero no: no solo no se corrigió el recorte, sino que ahora le quitan todavía más”. Y aquí viene lo que más duele: mientras al medio ambiente le dan menos, a las Fuerzas Armadas les dan más. Es decir, lo que se le quita a la Semarnat, la Conafor o la Conagua, termina engrosando los recursos del Ejército.
El asunto no es menor. Hablamos de la capacidad que tiene el Estado mexicano para enfrentar fenómenos que ya vivimos a diario: olas de calor cada vez más intensas, sequías que dejan sin agua a comunidades enteras, incendios forestales fuera de control y presas al límite. Reducir presupuesto en estas áreas significa menos brigadistas forestales, menos programas de captación de agua y menos proyectos de adaptación frente al cambio climático.
Iraís Reyes lo resumió con claridad: “Al final, quienes pagan el precio de un mal presupuesto son los ciudadanos”. Y tiene razón. Porque si no hay dinero para atender la crisis ambiental, lo que subirá no son los árboles ni los ríos, sino las facturas de luz por más calor, los costos de alimentos por sequías prolongadas y la tensión social por falta de agua.
Movimiento Ciudadano ya adelantó que desde la Comisión de Medio Ambiente y Recursos Naturales dará la batalla para que este “atropello”, como lo llamaron, se revierta. El reto no es menor: el Paquete Económico 2026 refleja prioridades claras, y por ahora la balanza se inclina más hacia los cuarteles que hacia los bosques.
En el Congreso se aproxima un debate que va más allá de cifras y partidas presupuestales. La pregunta de fondo es qué país queremos: ¿uno que invierta en su futuro ambiental o uno que siga apostando a resolver con soldados lo que debería prevenirse con agua, árboles y ciencia?