3 Mitos Sobre Endeudamiento que Impiden tu Crecimiento Financiero

En el imaginario colectivo mexicano, la deuda carga con el peso moral de un pecado capital moderno: una mancha de irresponsabilidad que condena al infierno de las llamadas de cobranza. Sin embargo, esta percepción demonizada—alimentada por experiencias traumáticas y consejos bienintencionados pero equivocados—oculta una verdad incómoda para el establishment: la distinción no está entre tener o no deudas, sino entre deuda estúpida y deuda inteligente.

El primer mito—»endeudarse es siempre malo»—ignora siglos de historia económica. Desde los Medici hasta Silicon Valley, el crédito ha sido el oxígeno del progreso. La clave, según la Condusef, está en el destino: una deuda que financia un negocio, educación o vivienda (activos que aprecian) es radicalmente diferente a una que paga vaciones o consumo inmediato (pasivos que deprecian). La deuda buena es un puente hacia oportunidades; la mala, un ancla al pasado.

El segundo mito—»el crédito es para ricos»—podría ser la mentira más costosa para la clase media y baja. Los sistemas de scoring como Buró de Crédito no discriminan por ingresos, sino por comportamiento. Un trabajador que gana $8,000 mensuales pero paga puntualmente puede acceder a mejor crédito que un profesionista que gana $50,000 pero incumple pagos. El crédito no es un club exclusivo, sino un músculo que se fortalece con uso responsable.

El tercer mito—»siempre hay que pagar de contado»—asume que el dinero propio duele menos. Pero en economías inflacionarias como la mexicana, pagar al contado puede significar perder poder adquisitivo. Usar crédito a meses sin intereses mientras se invige el dinero (incluso en CETES) es matemáticamente superior. Esta estrategia, sin embargo, requiere una disciplina férrea que el sistema educativo nunca enseña.

La resistencia a estos mitos tiene un costo político: ciudadanos que temen al crédito difícilmente accederán a vivienda, educación superior o capital emprendedor, perpetuando ciclos de desigualdad. Es curioso cómo esta fobia crediticia beneficia a élites que sí usan leverage para ampliar su ventaja económica, mientras el pueblo se apega al efectivo por miedo cultural.

Desmitificar requiere ejemplos concretos: ese crédito que permitió a una familia comprar su primera casa y heredar patrimonio; ese préstamo educativo que financió una carrera y multiplicó ingresos; esa línea de crédito que salvó un negocio en pandemia. Estos casos, documentados por el IMCO, muestran la deuda como escalera, no como pozo.

La educación financiera—no la que dan los bancos interesados en prestar, sino la neutral—debería ser política de estado. Mientras tanto, corresponde a cada ciudadano aprender que la deuda no es ni santa ni demonio: es una palanca. Como cualquier herramienta, su valor depende de las manos que la empuñen y la visión que guíe su uso. En un país de contrastes brutales, entender esto puede ser la diferencia entre sobrevivir y prosperar.

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