Despertarse tras una noche completa de sueño con la sensación de no haber descansado es una paradoja frustrante que muchas personas experimentan. La respuesta a este enigma podría estar en una de las sustancias más consumidas del mundo: la cafeína. Una investigación publicada en la prestigiosa revista científica Nature ha arrojado nueva luz sobre cómo este psicoestimulante, presente en el café, el té, los refrescos y las bebidas energéticas, altera profundamente la dinámica cerebral durante el sueño, comprometiendo su calidad reparadora y dejando una huella de fatiga al amanecer.
El estudio, que empleó metodologías avanzadas de electroencefalografía (EEG), aprendizaje automático y estadística inferencial, analizó el sueño de 40 participantes tras administrarles 200 mg de cafeína (equivalente a dos tazas de café fuerte) y un placebo. Los hallazgos son reveladores: la cafeína no solo dificulta conciliar el sueño, sino que provoca un cambio fundamental en la actividad eléctrica del cerebro dormido. Específicamente, induce un aumento de la complejidad cerebral y una reducción de las correlaciones temporales de largo alcance, desplazando al cerebro hacia un «régimen crítico» con una dinámica neuronal más diversa y excitada. Este efecto fue particularmente prominente durante la fase de sueño sin movimientos oculares rápidos (NREM), la etapa crucial para la restauración física y la consolidación de la memoria.
Uno de los aspectos más significativos de la investigación es el efecto diferenciado por edad. El impacto de la cafeína fue más pronunciado en los adultos jóvenes (de 20 a 27 años) durante la fase de sueño REM (asociada a los sueños y la salud emocional), en comparación con los participantes de mayor edad (41 a 58 años). Esto sugiere que el cerebro joven podría ser más susceptible a las alteraciones que este estimulante provoca en la arquitectura del sueño, lo que añade una capa de complejidad a su consumo habitual.
La paradoja de la cafeína reside en su dualidad. Por un lado, ofrece beneficios inmediatos e innegables como una mayor alerta, concentración y rendimiento cognitivo, e incluso posee cualidades neuroprotectoras. Por otro, su efecto disruptivo en el sueño tiene consecuencias graves para la salud a largo plazo. La falta de sueño de calidad se ha vinculado sistemáticamente con un deterioro de las funciones cerebrales, aumento de peso, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, diabetes y un mayor riesgo de depresión. La cafeína afecta esta calidad de varias maneras: aumenta la latencia del sueño (el tiempo que se tarda en dormirse), disminuye su eficiencia y reduce drásticamente la duración del sueño profundo.
Aunque algunas personas reportan que el café no les afecta o incluso les ayuda a dormir, la evencia científica indica que, a nivel cerebral, la alteración ocurre independientemente de la percepción subjetiva. La ingesta aguda de cafeína retrasa la llegada del sueño REM y conduce a una «mala calidad del despertar», explicando por qué, a pesar de haber dormido las horas suficientes, uno puede levantarse sintiéndose inexplicablemente agotado. La próxima vez que sientas la tentación de tomar una última taza de café por la tarde, considera que la factura de esa energía momentánea podría cobrarse a la mañana siguiente, con intereses, en forma de un cansancio persistente que ni el sueño logra aliviar.